Alessandra De Zaldo

La Casa de los Venados

A pesar de haber explorado lugares recónditos y turísticos alrededor del mundo, tengo un lugar que me hace sentir en un paraíso, sumamente feliz; realmente, mi lugar favorito en todo el planeta tierra. La casa de mi abuela, mi Abi, en la ciudad de la primavera, denominada como “La casa de los venados.”

            Desde que era una niña, visitábamos a mi Abi todos los fines de semana. Nos escapábamos del caos, ríos de gente y
barullos interminables de la Ciudad de México. Nos resguardábamos en el sol de
Cuernavaca, debajo de las ceibas y sobre el jardín recién regado por las lluvias. La mayor de mis memorias de mi infancia y de mi vida entera están guardadas como tesoros entre los árboles y los cuartos de la casa roja.

            El viaje siempre comenzaba en la carretera con la misma playlist de rock de mi papá porque “si el manejaba, él escogía la música”, regla de oro inquebrantable. Así es como nos adiestró con
sus gustos musicales de bandas de culto como Pink Floyd, Peal Jam, Fleetwood Mac, Led Zeppelin, The Beatles, The Cure, Caifanes, Soda Stereo y U2, perforando nuestros cerebros con los solos de las guitarras, las letras de las canciones y las historias de las bandas. Al principio, era difícil que mi hermana y yo nos quedáramos dormidas, pues mi madre hacía interrogatorios interminables sobre nuestros planes, amigas, hobbies, sueños y cualquier otro tema de conversación que se les pueda ocurrir.

       Siempre cerraba los ojos cuando pasábamos la
curva de “la pera”, me aterrorizaba en mis propios pensamientos fatalistas de
que el coche se cayera por la borda, hasta que los abría y pasábamos por bosques. Eso generaba un deseo insaciable de quererme bajar del coche a explorar y perderme en él. Se convirtió en una rutina inconsciente, que al haber pasado la gas, me entraban una necesidad incontrolable de tener que hacer pipí.

- Oigan…- Decía con un tono de voz muy específico.

- Ay, no, Ale. No otra vez.- Mi mamá me contestaba harta, mientras se volteaba del copiloto y me hacía ojos.

- Es que tengo que hacer pipí. Ya no aguanto.

- Por eso te dijimos que hicieras en la casa antes de salir.- Me contestaba mi papá.

- ¡Sí hice! Porfa, es urgente…

- Bueno, ahorita te bajas en la carretera.

- Ay, no, que oso.

Así que se frenaban en medio de la nada, me bajaba, dejaba mi puerta abierta y abría la puerta de mi mamá para hacer una “cortina”. Mi hermana sólo se burlaba de mi desde la parte de atrás.

            Después de una hora y media de camino, llegábamos al fraccionamiento. Era mi parte favorita. Mi papá me dejaba
subirme con él y me dejaba manejar hasta encontrar el portón negro. Era una tarea indiscutible que mi hermana y yo nos bajáramos del coche para sostener a las fieras, Luna y Bongo. Mientras ladraban, nos brincaban y rasguñaban de la emoción. Mi Abi nos esperaba en las escaleras, justo antes de la entrada de la casa, lista para contarnos de sus anécdotas románticas con mi abuelo, que en paz descanse.

            Los desayunos siempre han sido sagrados y llevan una larga tradición familiar, en donde nunca podía faltar el café con leche y azúcar, huevos estrellados sobre una tortilla y frijoles. La sobremesa duraba más de una hora, en donde salían todos los chismes de las tías y primos y cuando mi hermana y yo teníamos que empezar conversaciones polémicas. Después, mi hermana y yo nos íbamos corriendo a la alberca para intentar empujar a mi papá y poder jugar al “tiburón.” Mi mamá siempre estaba en el camastro con un libro como lagartija bajo el sol.

            La palapa era es el lugar más icónico del mundo, el cual ha presenciado fiestas degeneradas, charlas serias, bodas  y raps cumpleañeros. Mi papá la
llama la “palapaounge”, en donde siempre prepara juguitos etílicos, jugamos cartas, armamos karaokes y bailes ochenteros hasta el amanecer. He tenido millones, millones de memorias inolvidables. Una de ellas fue el fin de semana de mis 18 años, en donde invité a 20 amigues para celebrar. Cantamos todas nuestras canciones, vimos el amanecer en el cerro, crudeamos a lado de la alberca, surgieron amores y polémicas. Ahí me empecé a dar cuenta de mis verdaderas amistades y de las cuales durarían eternamente. También celebré mis 19 años. Ahí hice mi despedida cuando me fui a vivir a Europa y fue uno de los mejores fines de semana de mi vida. Gritamos, lloramos y nos abrazamos como jamás lo habíamos hecho. Nació el legendario “Topless Gang” y la icónica canción de Hips Don’t Lie de Shakira, en donde está prohibido ponerla después de que me he tomado 8 shots. Josune, me debes una película casera.

            Vi el amor de mis padres crecer en ese jardín, pues la mayoría de sus aniversarios los festejaban ahí, con celebraciones de broma rodeados de todos nuestros familiares, renovando sus votos de manera espiritual o recordando el día de su boda en ese mismo lugar. Se ha repetido la historia con mis primos Caco y Fran, una boda bellísima post-pandémica. Y espero que algún día yo tenga esa misma oportunidad de golpe de suerte.

            De la misma manera, viví ahí con mi familia durante la pandemia, lo cual nos unió muchísimo. Mi mamá y yo crecimos un huerto. Patinaba en la cancha de tennis con mi papá y las patinetas de su juventud. Mi hermana y yo paséabamos a las fieras todos los días en la tarde. Celebré mi graduación de la preparatoria y lloré mi admisión fallida a la universidad que quería, gracias a Dios.

            Sin embargo, creo que mi prima, Arantxa es con la que más he creado memorias en ese jardín. De pequeñas solíamos hacer travesuras a todas horas. Una vez, subimos al cuarto de nuestra abuela y nos poseyó lo demoniaco. Decidimos cortar una colcha bellísima hecha a mano para después quemarla, afortunadamente, llegaron mis padres a tiempo para evitar un incendio catastrófico. Nos castigaban al ponernos de rodillas en el empedrado, sosteníamos libros muy pesados sin poder hablar o llorar,
mientras que ellos se reían y nos presumían las botanas. Veíamos por milésima vez El Rey León, La Sirenita y todas las películas de Disney. Molestábamos a mi hermana sin parar. Nadábamos por horas jugando a las sirenas y después nos íbamos al jardín para sobrevivir una apocalipsis zombie o triunfar en Los
Juegos del Hambre
o ponernos a pescar en el apantle.

            Recuerdo que mi lugar designado para dormir era a lado de mi abuela en su cama King Size, jamás diré que soy la favorita pero hubieron muchas señales. Me despertaba con un pan tostado con mantequilla y azúcar acompañado de un chocomilk. Solía pasarme horas jugando en su cuarto con mis peluches fingiendo que era veterinaria, acomodando su joyería o haciendo ejércitos de My Little Pet Shops. También lloré incontables veces, mientras hacía mi tarea de Kumón, sacando mi calculadora a escondidas.

            Ayudamos a Luna en dos ocasiones a parir a todos sus cachorros y los cuidamos hasta que tuvieron 4 meses. La primera vez que sucedió, Luna se escondió en una madriguera y no dejaba que nadie se acercara, más que yo. Uno por uno, fui sacando a sus cachorros para que pudeiran sobrevivir. Fue increíble ver su evolución y crecimiento. Mi abuela es el ser humano más dedicado y paciente con los animales. Ahí nació mi
bellísimo “Doggo Gang” junto con el proyecto de Petography.

            La casa de los venados es mi lugar sagrado. Mi abuela me enseño muchísimas lecciones de vida y una de ellas y la más importante, me transmitió el poder de la autenticidad. Mi abi es todo un personaje, no le importa lo que la gente piense de ella y aún así, desborda amor. Es la persona más servicial que conozco. Se la pasa cantando y bailando, diciendo groserías e imprudencias. Es una mujer sumamente valiente y resiliente. Le encanta estar rodeada de compañía y compartir todas sus anécdotas. Cuida su jardín y sus fieras como si fuera el último día. Es una persona que me da mucha risa y ternura al mismo tiempo. La verdad es que soy la más afortunada de tenerla como abuela. 

Using Format