Raíces: desmantelando el sueño idealizado de la migración
July 23, 2023La migración me enseñó un sinfín de lecciones
de supervivencia y vida.
Siempre había soñado con vivir en el extranjero y poder reinventarme. Me encanta
viajar, conocer personas nuevas y experimentar aventuras, así que mi mentalidad era que si lograba estudiar fuera, mi vida completa sería un viaje.
Por azares del destino y oportunidades del momento, decidí irme a estudiar mi carrera en Budapest. Jamás había ido a Europa, así que lo vi como una luz de esperanza para probar ese sueño.
Los meses antes de irme fueron muy movidos,
llenos de despedidas y de hacer las paces con dejar todo atrás para volver a comenzar. La mayor parte estuve rodeada de toda mi familia y de mis amigos, haciendo todo lo que no iba a poder hacer por última vez. Estaba muy feliz y agradecida. Sentía más emoción que miedo, aunque mi cuerpo me decía lo contrario en forma de acné, algo que jamás había experimentado. Lo que sentía en ese momento y que se quedó conmigo por la mayor parte del tiempo era completamente agridulce.
Nunca había sido independiente. Recuerdo mis últimos chilaquiles acompañada de mi hermana, abuela, mamá y papá en el aeropuerto, lo fuertes que fueron los
abrazos y como lloramos todos en cuanto pasé la fila de seguridad. No sabía cuándo los iba a volver a ver, cómo sería mi nueva casa, mi universidad, mis compañeros de piso, nada… La canción que determinó esa estapa de mi vida fue Everybody Wants To Rule The World de Tears For Fears y para ser más dramática,
justo cuando despegaba el avión.
Welcome to your life.
There’s no turning back.
It’s my own design
It’s my own remorse
Help me to decide
Help me make the most
Of freedom and of pleasure
Nothing ever lasts forever
Everybody wants to rule the world
Mi vuelo fue extremadamente largo, con la primera escala en Estados Unidos, en donde obviamente por mi mecanismo de defensa de no poder soportar la seriedad, tuve que hacer un chiste en plena aduana, el cual, no valió la pena. Honestamente, soy una persona bastante dispersa y tenía varias divisas por mis ahorros, entre dólares, pesos mexicanos y euros, no sabía en total cuánto lleveba conmigo. Mientras el oficial revisaba mi pasaporte y documentos:
- Mexicana… ¿Tiene en su posesión más de 10, 000 dólares?
Me quedé calculando por un breve momento, hasta
que lo único que pude decir fue:
- Ja, ojalá- mientras me reí estúpidamente.
El oficial de migración, además de carecer de carisma, se quedó con mis documentos y me mandó a un corralón.
Mierda, Alessandra, era completamente inecesario. Estaba muy estresada porque ahora iba retrasada, me faltaba documentar mis maletas y no sabía cuánto tiempo iba a estar encerrada. Cabe recalcar que la escala era en Miami, se
podrán imaginar los tamaños de la fila. Pasó un rato y sólo tuve que demostrar
que era estudiante. El aeropuerto era gigantesco y en donde tenía que recoger mis maletas para después llevarlas a documentar estaban de lados opuestos. Estuve corriendo, espantada de no alcanzar mi vuelo, hasta que un ángel llamado Royce me ayudó con mis maletas. También me regañó por haber hecho un chiste.
En el segundo vuelo, decidí ver una de mis
películas favoritas, El Gran Hotel Budapest de Wes Anderson, necesitaba convencerme de que estaba haciendo la decisión correcta y que me encantaría mi nueva vida. Hubieron varias señales, pero no sé si las necesarias.
Llegué al aeropuerto de Budapest alrededor de las 12:00 A.M. y para mi buena suerte, mi maleta estaba completamente destrozada, envuelta en plástico y con algunas cosas en cajas. Me di cuenta del humor de los húngaros cuando intenté meter una queja. Mi taxi me estaba esperando con música tecno como si tuviera un rave adentro.
La pandemia parecía haber desaparecido en esta ciudad, en pleno 2021. Había gente joven por todas partes en las calles y sin cubrebocas. Se me hizo de lo más bizarro y emocionante. En cuanto llegué a mi departamento en Imre Utca, a cinco
minutos del Gran Mercado, la casera me estaba esperando con mis llaves. Me enseñó por dentro y me explicó todo lo necesario. Mis compañeros de piso estaban de fiesta, excepto por uno. Compartí mi departamento con tres alemanes. Ya habrá todo otro post sobre compartir piso con personas de diferentes culturas y
edades, además de límites. En fin, lo primero que me preguntó para mi sorpresa fue:
- Así que, eres mexicana. ¿Hablas mexicano?
Platicamos un rato y después se fue. Yo decidí hacer de mi cuarto mi nuevo hogar y empezar a desempacar.
La razón por la cual vivir en el extranjero dejó de ser una experiencia idealizada fue porque me enseñó a sentir el peso aplastante de la soledad y poder abrazar la incomodidad de estar en mi propia compañía. Decidí migrar por decisión propia y no forzada, desde una posición de privilegio; sin embargo, eso no significa que no haya hecho demasiados sacrificios. Entendí lo que era no ser ni de aquí ni de allá y vivir con el corazón dividido. Lidiaba con la culpa de haber dejado a mi familia atrás y que crecieran sin mí, así como yo lo iba a hacer sin ellos. Todo el tiempo sentía una nostalgia incontrolable de no estar cerca de mis amigas con las cuales había tenido una conexión inquebrantable y que llevó un tiempo de construcción de alrededor de 12 años, a pesar de que tenía un grupo de amigos muy bonitos y diversos. Estaba sin mi red ni sostén a nivel emocional, no tenía a nadie que me conociera realmente para ser totalmente vulnerable y sentirme incondicionalmente apoyada. Fue muy difícil para mí poder ser mi verdadero ser por múltiples razones: no hablaba el idioma, no podía ser ruidosa
y la chistosita, había muchas diferencias culturales con la sociedad húngara, no tenía una comunidad latina, el clima era devastadormente frío y gris…
Al irme, perdí una versión de mí que jamás volveré a ser y de experimentar el cambio. Tenía
un rompecabezas de mi vida que me tomó 20 años armar para romperlo y volver a
unir las piezas. Estaba acostumbrada a reunirme con la mayoría de mis familiares, más de 20, todos los miércoles para compartir pozole y chisme. Veía a mis mejores amigas casi diario, en donde íbamos a planes increíbles y compartíamos el mismo sentido del humor y vidas relativamente similares. Nadie me preguntaba a dónde iba y a qué hora iba a regresar, lo cual fue extremadamente bizarro para mí. Sacrifiqué mi negocio emprendedor de Petography, en donde, inclusive, había
tenido un inversor que creyó en mi visión y quería expanderlo con diferentes ideas y proyectos. Sin embargo, encontré un poco de fe para sentirme conectada, el cual era platicar constantemente de mi amor por México y las personas que habían sido parte de mi vida, así como mis tradiciones, rutinas y de mi cultura.
A pesar de haber vivido momentos excepcionales y conocido a personas maravillosas durante mi estancia de un año y medio, hubo un punto en donde mi decisión de irme había dejado de hacer sentido. Odiaba mi universidad y mi carrera, no me gustaba mi trabajo, la mayoría de mis amigos cercanos se habían ido, no me pude adaptar al frío asesino de Hungría ni al entorno social y despreciaba estar en una relación a larga distancia con todos mis seres queridos. Por lo cual, decidí regresarme. Emezaba a odiarme a mí misma por convertirme en un alma tan negativa. Me hacía mucho más sentido regresarme, a pesar de que estaba a un año de graduarme de mi carrera y la verdad es que no me arrepiento. Creo profundamente que no hay decisiones incorrectas o correctas, simplemente son decisiones que te llevan a caminos distintos y la lección más profunda que aprendí fue estar en paz con cualquiera que elija. Me di cuenta de que mi sueño había dejado de convertirse en un sueño y con esa versión de mi misma en ese momento, se había transformado en una pesadilla.